No tengo una explicación muy clara para lo que sucedió, pero es algo así como cuando a uno después de semanas de resfrío, se le destapan las narices y vuelve a poder respirar, a sentir olores, y sabores de la comida.
Algo pasó (y sólo ahora que veo el efecto inverso me doy cuenta): mis poros, mis sensaciones, mi percepción, se detuvo. ¿Cuánto tiempo? ¿dos años? ¿tres quizás?
Y entonces desde hace algún tiempo, empecé de nuevo a sentir, a disfrutar, a percibir, a mirar, a sentirme a gusto en situaciones cotidianas.
Volví a tomar decisiones, que me hacen sentir que estoy de viaje, aunque esté acá, en Santiago.
- Leer.
- Incluso leer en voz alta en el parque.
- No caminar derecho por grandes calles, sino que caminar por las calles pequeñas, descubriendo esquinas y lugares nuevos.
- Caminar. Caminar en vez de tomar el metro, incluso en vez de andar en bicicleta. Caminar lentamente acompaña para pensar, para sentir olores, para ver nombres, lugares, imaginar cosas. Caminar con los ojos cerrados en lugares conocidos, sabiendo que nada va a pasar.
- Regar. Regar con calma. ¿cuál es el apuro?
- Dibujar. Lo que sea. Líneas rectas, líneas curvas. Dibujar. La lentitud del lapiz sobre la hoja, también ayuda a lentificar lo rápido que va todo.
- Escribir. Aquí estoy. No sabía como volver.
- Y dormir. Disfrutar de cada minuto de sueño, porque adentro hay sueños. (Pero ese es otro tema en verdad).
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