R habla toda la tarde, todo el rato, muchas cosas, repite historias, es una lata.
A ratos le sigo los cuentos. A ratos hago como que lo estoy siguiendo, pero en verdad estoy diagramando páginas en mi cabeza, inventando cosas, solucionando temas para no sentir que estoy perdiendo el tiempo.
Siempre me ha llamado la atención la gente que habla de si misma todo el tiempo.
Una extraña necesidad de escucharse a si mismo...
La cosa es que el otro día R estaba contando una historia que me recordó al búho.
Ahí justo en la esquina de la calle Mazarine, cruzando por ese pasada entre el Instituto de Francia y la calle que daba la curva y que llegaba al quai, alguien instaló un búho. Aparecía en las tardes, cuando ya oscurecía. Estaba proyectado sobre la pared, enorme, con los ojos enormes. La primera vez que lo vi, venía en mi bicicleta y tuve que parar, y detenerme a mirarlo. Cada cierto tiempo, el búho aleteaba, y después volvía a estar tranquilo otra vez, como levitando.
Una vez que lo descubrí, al ir llegando al Instituto, esperaba encontrarme con el búho. Después me quedaba un buen rato tratando de descubrir de donde venía. Quien lo proyectaba. Me imaginaba la pieza de esa persona, llena de libros y con el proyector en el medio. Ninguna ventana parecía calzar con el ángulo de proyección. Finalmente, una vez descubierta la caja puesta sobre la calle, que noche a noche proyectaba el búho, la magia se perdió un poco. Pero de todas maneras era un regalo gratuito que llegaba todos los días al barrio.
Monday, May 22, 2006
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