
Hace algunas semanas me llegó un extraño correo.
Cuando lo empecé a leer parecía de esas cadenas de mala suerte mezclado con esas ventas del tipo llame ya.
Hola, eres uno de los 300 "elegidos" para participar en este proyecto. Sólo los primeros 200 que paguen $29.990 podrán aparecer publicados en este espectacular libro de los amantes de la tipografía.
Miedo.
La cosa es que empecé a leer los nombres de los otros 299 "elegidos" y me di cuenta de que en verdad era gente relativamente conocida, y los que enviaban el mail eran unas personas reales en las que se podía confiar.
Pagué la suma. Un poco urgida incluso. "ojalá haya alcanzado a quedar".
Fui la 7. Número impar. Bien.
Obviamente entre tanta información, pasé de largo la letra chica, la fecha de entrega: Hoy.
Ayer me di cuenta tenía que empezar a pensar en qué hacer.
La hoja en blanco.
Una sensación que a los diseñadores no nos pasa mucho: siempre tenemos que seguir una serie de instrucciones, incluso a veces demasiadas. Jamás uno hace lo que se le de la gana. El cliente siempre tiene opinión, y el deal es así no más.
Me di cuenta lo diseñadora que soy.
¿Qué hacer frente a la hoja en blanco?
Ni idea.
El único requisito: aplicar una tipografía que mandaron.
Entonces, dije... Ok, la hoja en blanco, la vida en blanco. La época de tomar decisiones, donde hay 2527 caminos posibles. Y obvio, que uno elige los más difíciles.
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